jueves, 21 de abril de 2011

Evangelio Según Constantina

v    PREFACIO.
 Origen”.

En pocas horas, el llanto de una mujer sencilla invadirá nuestros corazones. El cielo se partirá en dos y revelará la figura misma de Dios y la de una madre en su eterno desconsuelo que llorará, una vez más, sus lágrimas hechas Rocío de Esperanza en Amores al escuchar a aquel pregonero recitar su pasión allá en el cielo. Mientras, un atronador susurro inmerso en espasmos del alma invadirá el valle sobre el que se levantan blancas casitas encaladas. Donde centenarias encinas son respaldadas por robustos alcornocales sirviendo de muralla infranqueable para esta serranía bendita. De un valle que tiene como presidenta perpetua a una Mesones peatonal, que por sus baldosas tiene el privilegio de sostener el peso de un palio, de contener la cera desprendida de unas candelabros de guardabrisa, de contemplar el balanceo melódico de unas bambalinas, de consolar las lágrimas incesantes de una Madre, de ver el desgarro de la carne en una cruz… Es un valle que durante una semana se arrodilla ante la figura de Dios hecho hombre, porque Dios se hace carne en él, en un Valle de la Osa que sustenta a Constantina, en la que Robledo se encarna en María Dolorosa, Reina y Madre de sus vecinos.

Un valle que viene adentrándose desde hace cuarenta días en el ritual preparatorio de la Semana más esperada. Es curioso como cada uno prepara su espíritu acorde con las fechas. Lejos de la sevillanía cofrade donde los templos se abren a la calle inundados de un embriagador ambiente de culto y veneración según Sevilla, Constantina se prepara a su modo y manera para vivir según ella la Pasión del Redentor. Es innegable que mamá Sevilla haya dejado huella en nuestras tradiciones, pero aún así se intenta por mantener la seña que viene de casa. Las hermandades de penitencia inician su intensa actividad cuaresmal: cultos, besamanos, montaje de pasos y altares, tertulias con incienso y una buena torrija… Así van avanzando cada uno de los días que han de transcurrir hasta llegar a la gloria efímera de una Semana Santa.

A día de hoy ya hemos pasado por las distintas pruebas que Constantina nos somete. La última fue el pregón oficial del pasado Domingo, seguido del Triduo de la Hermandad Servita de los Dolores, el mismo que Chari, un año más, ha tenido que perderse. Qué poco nos falta…

El comienzo de una vida cristiana”.

Hoy vuelvo a ti, hoy soy de ti, en esta tarde me hago a ti. Volviendo a mis orígenes, me encuentro ante este modesto altar que con tanto cariño preparan las hermanas de la Doctrina Cristiana. Ante este Cristo en la cruz que tanto sabe de los alumnos que sobre estos bancos se sientan y al que hoy imploro paciencia para poder encontrar algo de calma entre tantos nervios y le pido humildad para poder divulgar mi palabra.

En esta tarde del comienzo de las vísperas vuelvo a mi segunda casa de la infancia. Cada rincón guarda un secreto, una historia, una vida: mi vida. Dicen que las casualidades no existen, no soy quién para averiguarlo, pero el caso es que esta tarde ha vuelto a resurgir en mí ese pellizco en el estómago, similar al que me entraba cuando un profesor me pedía que leyese en una celebración. Sea pues una de esas celebraciones en las que Asumpta también solía antecederme con un salmo y yo con una lectura, menuda lectura la que nos ha tocado ¿verdad Asumpta? Solo una anécdota es suficiente para desvelar nuestro capillismo innato y agradecer tu magnificente presentación. No son otras que, esas que tú bien sabes y conoces, las procesiones clandestinas, salidas de la imaginación de la inocente infancia, en la azotea de mi casa con nuestra Hermandad anónima de la Virgencita, donde un peluche era nuestro más devoto Titular y como parihuelas un futbolín decorado con cuatro bolos por hachones. Que hay que ver, Asumpta, lo difíciles que eras las entradas y salidas de la Basílica del Santo Trastero, ¡ojo! Teniendo que salvar el tendedero. Ni a tierra ni de rodillas, a gatas.  Y de ahí pasamos a la realidad misma y a sus Hermandades, siguiendo el impulso de nuestros corazones y la educación inculcada por nuestras respectivas familias. Tú en dos Juntas de Gobierno,  con la Esperanza gloriosa de llevar el Robledo entre los sentimientos nazarenos del barrio de Santa Ana; y  yo, por otro lado, miembro de un gran Grupo Joven, difundiendo la doctrina amargurista, en su primitiva esencia desde su concepción en el convento franciscano de Venero hasta su futuro incierto en la Parroquia de Mesones, capilla Mercedaria por excelencia, escoltada por San Juan de Dios y su bandera.

                Y cumpliendo cierta encerrona picaresca, ¡aquí me tenéis!, en tarde de Viernes de Dolores, tarde que no es como otra cualquiera. Tarde de vísperas en la que esperaba que estas líneas resonaran en tres puntos del territorio nacional. Un primero imaginaba que sonara al final de calle Álamos, revirá de Canalejas. Donde una abuela, acompañada por una estampa de su Amargura hecha Soledad, se hubiese encontrado en su salita leyendo las líneas que su nieto le dedicara desde el que también fuera su colegio. Sin embargo, con tu enorme esfuerzo y la gran valentía que has demostrado en esta tarde has logrado hacerme el mejor de los regalos. Si jamás habrá de olvidárseme esta tarde, nunca olvidaré el día en que volviste al colegio de al lado de casa para acompañar a tu nieto. Recuerda siempre, abuela, que el amor de una familia mueve montañas Los otros sí continúan donde pensaba. Otro se encuentra algo más lejos. Allá en tierras extremeñas, oriundas de mi madre, donde dos personas se hacen pregonera en la lejanía de los sentimientos de su sobrino y su nieto. Que estas líneas puedan acercar a la familia y permitan que circulen del corazón de la Albarca al corazón de la Sierra Norte, para que puedan pasar una tarde entre todos nosotros y ser público testigos de lo que se va a acontecer en esta fugaz diapositiva de la Semana Santa llamada Viernes de Dolores. Y el tercero, obviamente, es aquí, epicentro de todas las lecturas, donde se desnudan sentimientos y emociones. Podría decir que  me encuentro lleno de nervios, y mentiría si dijera lo contrario, pero Pepi y Pura son pregoneras y ángeles protectores que me arropan en esta tarde templando mi voz, mezcladas con las suyas, para que resuenen ahora y en este preciso momento en este sitio que puedo considerar mi segunda casa. Tarde en la que por fin me agarro a ti, acudiendo a tu llamada sin poder evitar el reencuentro. Y es que…

Tú, Atril de la capilla de las monjas
Me viste llegar un día de septiembre de 1993,
Me viste crecer, rezar, llorar y enmudecer.

Tú, Atril de la capilla de las monjas
Me has visto leer peticiones, salmos y comulgar por primera vez.
Me has visto reírme, hablar y madurar.

Atril de la capilla de las monjas,
Aquí me tienes de nuevo,
Aquí estoy agarrado a ti como tantas veces he hecho,
Pero años han pasado aunque tú sigues en mis recuerdos.

Atril de la capilla de las monjas,
Siempre me pusiste nervioso,
Pero hoy más que nunca,
Pues presento los días más grandiosos
De este bendito pueblo.

Atril de frío metal y cruda madera,
Ante ti me postro para rezar a mi manera,
Para contarles a aquellos que tu doctrina siguieran
La semana Grande de nuestra localidad señera.

* * *

v    NÚCLEO.
Saluda.

Excelentísimo Señor Cura Párroco, Hermanas de la Congregación de la Doctrina Cristiana, Excelentísimo Señor Alcalde, Excelentísimas e Ilustrísimas autoridades y miembros de la corporación Municipal de la ciudad de Constantina, Representaciones de las demás Congregaciones Religiosas, Juntas de Gobierno y Grupos Jóvenes de las Hermandades y Cofradías de la localidad, Hermano Mayor, Junta de Gobierno, Camareras, Vicepresidenta y compañeros del Grupo Joven de mi Hermandad de la Amargura, cofrades, familia y amigos todos, Señoras y Señores

 “El ritual anhelado se repite”.

He aquí un año más, una semana nueva se aguarda tras cuarenta días de lenta espera. Una espera vivida con intensidad por aquellos que hacemos llamarnos cofrades, que intentamos abandonarlo todo para que todo esté en perfecto estado para lo que se avecina.

Desde que los Reyes Magos entran en las naves del Rihuelo, ya estamos pensando en cuántos días quedan para el Miércoles de Ceniza. Estamos recogiendo los últimos caramelos cuando ya queremos saborear el olor a incienso… Y gracias a Dios llega ese día, ese miércoles atípico donde un Cristo pasee por ese barrio blanco y empinado, de lúgubres y angostas callejas del Barrio de la Morería, que qué sería Constantina sin esas inmaculadas casas con solera de antaño. Procesión familiar donde las haya, pues son muy pocos los que al Vía-Crucis acuden, lo que lo hace aún más bello, pero, ¿que sería un Vía-Crucis sin ese atardecer reflejado en las torres jubiladas del castillo?, sin esa voz en la soledad que proclama cada estación. Voz que nos indica el comienzo de una espera que llegará a su fin el Domingo de Ramos a las doce de la mañana, momento en el que las horas se aceleran y los días caen a tal presteza que parece que en lugar de transcurrir una íntegra semana, transcurran tan solo unos pocos minutos.

Todo será fiel y puntual en esta, nuestra cita, por eso hay que disfrutarla. Y se sucederán los rituales propios de las fechas. Las Casas Hermandades se llenarán de gente en busca de sus papeletas de sitios, de hermanos dispuestos a echar una mano en el montaje de los pasos, de costaleros que acuden a los ensayos y retranqueos, el nazareno prepara su traje de penitencia… Y entramos en la Semana de Pasión donde todo es ya irremisible. Ya está aquí, y antes de que nos demos cuenta, se habrá ido. Confiemos en que la meteorología nos conceda el indulto y podamos aprovechar, vivir y disfrutar de ese sueño que es Constantina en Semana Santa.

Pero llegado a este momento podemos cuestionarnos una cosa tan obvia: ¿Qué es Semana Santa? ¿Qué se entiende por Semana Santa?
Pues…
Es ilusión del cofrade.
Es el resumen de todo un año.
Es la emoción de un padre al ver a su hijo salir por vez primera.
Es saeta atronadora.
Es corneta desgarradora.
Es intenso olor a incienso de nostalgia.
Es vivencia recordada.
Es mañana de júbilo de olivos.
Es atardecer de rojo amargo.
Es madrugá del penitente.
Es mañana de contraste.
Es tarde de amor dolorido.
Es noche enlutada de soledad.
Es la reflexión de Cuaresma.
Es el premio de la espera.
Es aquella esquina que emociona.
Es una revirá pausada e intensa.
Es el abrazo del hermano.
Es un traje nazareno colgado y planchado ansioso por salir a la calle.
Es una gota de cera derramada en el suelo quedada en el olvido el lunes de Pascua.
Es turba de devoción delirante de un corazón arrodillado ante Dios.
Es reencuentro con el hermano.
Es… sentimiento profundo.

Y este año, no podría faltar, este año habrá una Semana Santa más. Una semana que pasará al recuerdo de cada cofrade que la recordará a su manera, convirtiéndola en única e individual. Este año…
… Saldrán las procesiones con su habitual encanto.
… Y vibrarán tambores y cornetas en un quebranto.
… Y se adueñará de la Noche de Silencio el rúan y el esparto, rompiendo con el silencio esos pies descalzos.
… Habrá encuentro, costumbres viejas.
… Y algún estreno, trajes nuevos y pequeños problemas.
…Y habrá costaleros, que se agarren al madero para guiarte por el constantinero sendero.
… Y habrá gente que falte a esta cita del Domingo mañanero, pero que de una vista privilegiada gozan allí en el cielo.
… Y habrá olivos y palmas abriendo los sentimientos de estos cofrades incansables de sentirse nazarenos.
…Y habrá Calle el Marqués, que sin ella Viernes Santo no podría ser, atravesando el Amor por sus paredes y la cruz alzarse no puede.
… Y habrá Dolores tras una cruz, en  ese palio que desprende inmensa luz, con siete puñales atravesada y a sus mantillas tiene embaucadas.
… Y habrá Santo Entierro cuando sus Hijos lo maten por miedo a reconocer el pecado, por el odio y la ira cegados que les impiden ver que es Rey de los Cielos, Rey de la Tierra y Rey de Reyes, que ni una lanza, ni un flagelo, ni una corona, ni después de su Entierro, podrán con su destierro.
… Y habrá Tarde del Domingo de Ramos, en la que Constantina se engalana para ver su palio de plata, para ver a un Cristo sentaíto, en la peña que sentencia su mortaja. Para ver a un romano como lo mata, y a un judío que su muerte clava.
Para ver como Padre Nuestro sales de tu casa, acompañado de tu Madre que con su mirada nos guarda. Paseando por su barrio de reina va coronada, y es que advocación mariana no puede haberla más guapa, que lágrimas derrama cuando ve a sus hermanas, aquellas que en la Doctrina la albergaban en el Martes Santo de aquellas Semanas Santas.
… Y Habrá siete días de Pasión, como Constantina sabe representarla
Para después subir por el Rebollar para ver a su excelsa soberana, aquella que Robledo lleva por nombre y Melchor supo anunciarla, que pone fin a esta semana, en la que Constantina se engalana,
¡Para vivir su Gran Semana Santa¡

***



 “Sueño inocente entre júbilo de olivos”

Allá en la lejanía del dulce sueño de un niño dormido parece oírse un tenue murmullo. El reloj parroquial desvela a las palomas con sus doce campanadas, proclamando a los cuatro vientos que algo grandioso se espera. Es mañana inmaculada donde el sol se sienta en su engalanado trono de zafiros allá en una plaza céntrica de la villa para no perderse la venida del Rey de los Hombres. ¡Allí, a lo lejos, parece vislumbrarse algo! En penumbras parece avanzar un hombre, con rasgos judíos, a lomos de un borrico. Avanza entre palmas y olivos, mientras que poco a poco atraviesa las engalanadas puertas de la impaciente ciudad.

Los niños alegres proclaman su llegada. Juegan alrededor suya, mientras que la Borriquita prosigue con su entrada triunfante, dando cumplimiento a las Escrituras.  Y es que no puede haber comienzo más aniñado. ¡Qué mejor comienzo que con los niños! Los albores de la vida comienzan en la niñez del individuo así como el Domingo de Ramos comienza con el niño.

Y como niño que fui, acompañado de mi abuelo, acudía a la cita imperdonable de la mañana de Domingo de Ramos. Como ritual de cada año, mi abuelo me cogía de la mano y me llevaba a visitarlo a la Parroquia para después verlo pasar por su casa junto con mi abuela. “¡¿Todavía estás así?¡”, me decía, “¡Vístete que ya se oyen los tambores de la banda y no lo vamos a ver salir¡” y haciéndole caso, rápidamente me arreglaba y nos íbamos a disfrutar de la mañana de alegría.

Y es que es domingo de alegría, de júbilo de túnicas blancas, de esplendor, de infancia, de niñez madurada. No obstante, la Entada Triunfante en el corazón de Sierra Morena no sería factible de no ser por sus verdaderos discípulos. Baluarte hecho persona con un único objetivo, con un mismo afán: Venerar a Dios en su llegada Divina, hecho hombre semejante y terrenal. Es de honrar su sacrificada labor. Sus horas de tiempo libre sacrificadas por su mayor ilusión. Ellos dan sentido pleno a la palabra Hermandad, porque son un grupo de verdaderos hermanos los que se reúnen para que Dios triunfante pueda seguir llegando a su pueblo a lomos de un bendito asno, para cautivar a toda criatura inocente que se arrodilla ante su presencia.

                Domingo de infancia soñada y de niñez en la nostalgia…

Primer amigo del niño
Que ilusionado coge una palma a modo de cirio
Y comienza su camino
Adorando al que va en el borrico.

Borriquita del niño,
Única sonrisa de Cristo,
Desfilando  por Constantina
Entre júbilo de olivos.

Olivo que ondea al viento
Recogiendo las oraciones a tiento
De aquellos vecinos contentos
De verte de nuevo sonriendo,
Entrando con máxime esmero
Por las sendas que llevan al cielo.

Túnica inmaculada portas,
Que en clámide se transforma
En esa tarde de paciencia respetuosa,
En la que los niños se cambian
Por un centurión que sentencia porta
Para matar al mismo que por Mesones asoma
A lomos de esa burra gloriosa,
Que en la mañana de Domingo de Ramos
Al Hijo de Dios soporta
Trayendo la Buena Nueva
Y elevándonos a la gloria,
Unificando el corazón en uno solo
Y entonando cánticos de imprudente vanagloria
Porque Dios llega a Constantina
Y entre vítores ella lo recibe,
Porque es Domingo, día en que ella lo elogia
Y la Borriquita se contenta
Porque de nuevo vuelve a casa de mamá nostalgia
En la que los niños jugaban y a Dios cantaban
En la plaza de su infancia,
Borriquita afortunada de
Llevar a Dios a la gloria.

***
“Paciencia y Amarguras en la distancia”.

El día avanza. No habrás atravesado el dintel de tu casa, cuando te hayan desnudado y repartido Tus vestiduras entre aquellos que dicen llamarse hijos tuyos. Tarde teñida en la que Cristo derrama sus primeras gotas de sangre en Constantina. Tarde de nostalgia. Tarde de anhelos satisfechos. La alegría de la mañana decae al ver como el Rey de los Cielos se resigna a sentarse sobre una bendita peña, dándole las espaldas a un centurión que con sentencia en mano ordena al sayón que vaya abriendo paso a la muerte.
¡Qué bendita tarde!

Tarde en la que este pregonero no osa faltar a su cita nazarena, a menos que las circunstancias y el destino así lo tengan planeado. Porque no hay cosa peor que faltar a una cita de tal calibre, y sé de lo que hablo.

Aún recuerdo aquel Domingo de Ramos de dos mil seis. Año en que terminaba la secundaria y para celebrarlo, nueve viejos compañeros nos fuimos de viaje de Fin de Curso a Palma de Mallorca. Y de todas las fechas posibles no hubo otra más oportuna que aquella que se superponía al 9 de abril, Domingo de Ramos. Ese día era el penúltimo de nuestra estancia en la capital balear, y no puedo describir con palabras el cúmulo de sentimientos contrastados que pude vivir en aquella tarde, mientras mi hermana y mi padre eran fieles nazarenos rojos de la nómina de la sublime tarde. Tarde en la que mi único contacto con el júbilo que se desbordaba por las calles de mi pueblo era a través del móvil. Nunca estaré más agradecido a mi madre por hacer de corresponsal en esa tarde y venderme en primicia absoluta el transcurrir de mi cofradía soñada, en la que la Amargura desfilaba por Constantina, a la vez que un solo de A Ti Manué oía en la lejanía de una calle Feria, al mismo tiempo que imaginaba en mi cabeza caer esos pétalos, metáfora viva de la pena que en mis adentros llevaba; o unos campanilleros redoblando en Mártires o Soledad Franciscana subiendo Llano del Sol; hasta que, finalmente, un Himno sonó en la callada plaza poniendo broche final a mi martirio. En aquellos momentos no era consciente, pero con el pasar de los años me doy cuenta que el ser humano es insignificante, que la vida sigue su curso aunque tú no estés. Intentaba crear alegría en mi cara para disimular ante mis compañeros, mientras que dos lágrimas se dibujaban tras mis retinas con pensar que en esa tarde no podría ataviarme con mi túnica nazarena y cumplir con el legado de mi familia: hacer mi anual Estación de Penitencia, porque, desgraciadamente, mi auténtica penitencia fue la de faltar a mi cita en la tarde del Domingo de Ramos.

Y me vais a perdonar porque por mucho que os cuente nunca seré capaz de desvelar lo que siento por esa tarde, porque ni yo mismo lo sé.

Tarde en la que, de nuevo, volveremos a soñar,
En la que un suspiro nazareno se escapa cuando se comienza a imaginar el lento caminar de la penitencia silente bajo el antifaz.
En esa tarde de domingo en la que María y sus advocaciones en una sola se funden, en aquella advocación mariana que, gloriosa toda Ella, perdura impune.
En esa tarde en la que me pregunto si el brillo en la espalda de Cristo cuando sale de casa es el sol que llora al verlo de nuevo en su pueblo, o es quizás, los restos de aceite que lo curtieron y protegieron de las brutales garras de esas lejanas atrocidades.
Tarde en la que salía Soledad y ahora lo hace Amargura, ¿qué más da si esos ojos de humildad son los que lloran sin cesar cuando pasa su antigua casa con la luna de altar y la marcha se hace lenta porque no quiere entrar sin a sus monjitas antes avisar que el sábado volverá cuando todo haya acabado ya?
Tarde en la que una cofradía homogénea hará pública su fidelidad a Dios, sin avergonzarse por ello, acompañando a María por la calle de la Amargura, que bien puede ser Mesones, Feria, Mártires o cualquier calleja oculta y oscura.
Tarde en la que un pueblo espera imprudente para presenciar la burla, el martirio y la muerte de Dios que se presenta a su pueblo resignado, sentado en una piedra que en el camino ha encontrado esperando que el pecado lo acribille y la vida le arrebate.
Tarde en que la pretoria del sentimiento antiguo eleva al hermano a la gloria del orgullo arropado por la capa roja y siguiendo el ascenso a la resurrección satisfactoria de una estación de penitencia pletórica, con el corazón en pleno éxtasis y el llanto acongojado de un sentimiento mudo en lágrima transformado.
Es tarde de tardes, es mi tarde, la tarde de mis abuelos, de mis padres, de mis amigos y la tarde de toda mi familia cofrade. ¿Qué queréis que haga si no puedo escapar de la llamada que se me hace, que sin hacer alarde, silenciosamente me invade y bajo una túnica hace que mi cuerpo tape y salga a la calle en Domingo de Ramos, domingo que en antaño fuera martes y que entre la turba desfila desafiante, sin querer que nada acabe y que el tiempo se pare?
Es nuestra tarde, y hay que celebrarlo. Cuando la Parroquia cierre sus puertas, la Hermandad el corazón desvela, y la pasión metamórficamente se transforma en un puro abrazo con el hermano de al lado, felicitando con voz temblorosa y quedando incauto por la intensa penitencia gozosa.
¡Dejad que un escalofrío me recorra, que el nerviosismo me invada cuando un redoble de tambor llame a todo un pueblo a la oración¡
Qué delirio más grande, que turbador molinillo de sentimientos y perpetúa lucha de perfección y ejemplos morales. Domingo por excelencia, domingo eterno, glorioso, mariano, humilde, sereno y de Ramos. Con él la Semana se inicia y en su noche la pasión se para, porque Cristo descansa  y  María alivia su llanto para recuperar la Esperanza, para que cuando Madre e Hijo se encuentren el Dolor no se note en su cara y asimile que la vida no perdona para nada el inevitable transcurrir del tiempo, pero que Dios si absuelve los daños hechos y para ello, tras su muerte, estará su entierro, tras seis días transcurridos del Domingo Eterno y será la Soledad la que invada a María en su continuo desconsuelo, ese que comenzara en la lejana tarde en la que empezamos a soñar que éramos niños de nuevo y que agarrados de nuestro padre salíamos de casa con el antifaz levantado y comiendo caramelos, teniendo que aguantar el recorrido al completo de la cofradía vespertina, milagrosa, gloriosa y humilde de la tarde de tardes, tarde de recuerdos, de sueños hecho espasmos… y, como todos sabemos,   ¡¡¡Tarde de Domingo de Ramos¡¡¡

***

“El recuerdo en blanco y negro: metamorfosis del  luto”

Y después de esa bendita tarde de Domingo de Ramos, de tarde llena de pleitesía en el murmullo de la algarabía en la calle, Constantina descansa, vuelve a su rutina para que no se le olvide que su vida habitual continúa. El Martes Santo que en su día fue, el Martes Santo de mis abuelos y el que formó parte de la infancia de mi padre. Frías tardes de Martes Santo, me cuentan, que hoy día pasan ante la vida como la sombra del recuerdo.  Una seña más para que nos percatemos de que todo lo que se ansia se espera con entusiasmo e impaciencia, mientras está parece imperecedero en el tiempo, pero acaba pasando al igual que llegó. Y así sucede también con estos días monótonos de la Constantina cofrade: espera su ansiado Domingo de Ramos, lo disfruta y pasa. Reflexiona durante tres días y se vuelve a poner en marcha hasta, si Dios quiere, la noche de un Sábado enlutado. 

Noche de la que no se sabe, verdaderamente, si es el principio del final o el final del principio, aunque todo parece haberse ya consumado. Hay claro sabor a muerte. Esa del que vive en la casa de al lado, en mi misma plaza, que ya ha fallecido después de que sus hijos lo hayan asesinado.

Constantina parece más exangüe que nunca en la tremenda tiniebla que le acongoja al ver pasar al Redentor muerto en el escalofrío silente de las horas martirizadas, sumergida en repelucos que van pintando el cielo de un negro aún más oscuro.

Comienza el camino que lleva a la memoria. La música también suena distinta, canto a sones de despedida.

Hasta El andar melancólico de los costaleros, denota aquel sentimiento de nostalgia, de aquello que fue pero que dejo de serlo. Ironías de la vida. Aquellos que con vítores recibían al Mesías montado en un borriquillo hoy lo han matado.

Sábado en que Cristo da su última expiración mientras lo amortajan  aquellos santos varones de nuestro pueblo entre milenarios alcornocales y yedra de la antigua Ermita de su Madre, mientras la vida se agota delante de nuestra presencia misma y sin inmutarse por evitarlo.

Y cuando la Soledad desciende de su plaza de Llano del Sol, el día quiere morir y hacerse noche. El sol se viste de luto y se marcha para calmar la tristeza de aquella luna de Parasceve que se preparaba el Viernes de Dolores para coger un lugar privilegiado allá en el cielo, junto con tantos otros que iniciaron su marcha para gozar del descanso eterno.

La cruz que tiene detrás esa Madre desconsolada le recuerda, una y otra vez, el dolor que ha sufrido en esa semana, cómo si se le fuese a olvidar tan fácilmente. Un robusto madero, que casi alberga aún la silueta del Hijo de Dios, es la única compañía de una Madre en su más amarga soledad, que sin hacer alardes, camina en solitario, en busca del ciprés más cercano donde enterrar el cuerpo del Hijo mortificado.

Es la última cofradía de la semana y, sin embargo, me atrevería a decir que es la procesión invertida. Donde lo más importante no es el cortejo que antecede al paso, sino el que lo sigue. Donde el pueblo forma parte de la procesión hacia el Entierro. Incluso algunos hermanos, abandonan su sitio para formar parte de la comitiva de duelo que Constantina, a su sabia manera, forma detrás del manto de María mientras que el féretro de madera y dorados continúa su camino hacia el final de la tragedia, que pronto se convertirá en euforia chispeante de gloria robledana.

Pero en cambio Madre, ¿Por qué vas tan sola? Te matan a tu Hijo por la tarde y no se dignan a acudir a su Entierro para acompañarte. ¡Qué nombre más acertado tienes¡ Soledad, que tendrás que resignarte a volver el Domingo de Ramos bajo palio para que tus hijos salgan a verte.

Dime Madre si te mereces esta Soledad.
Sola vas velando al cuerpo incorrupto de tu Hijo.
Solita vas por las calles de tu pueblo.
Sola y nadie te consuela más.

Dime Madre si te mereces esta Soledad.
Ya no eres Amargura, ni Dolores, ni Esperanza.
Ni siquiera Robledo ya.
Porque ellas van con aires de bonanzas
Y Tú ya no puedes llorar más.

Dime Madre si te mereces esta Soledad.
Que en la fría tarde de un Sábado Santo.
Constantina se ennegrece para verte pasar.
Tus hijos te abandonan y solo un pequeño séquito
Se digna a acompañarte en silencio.

Dime Madre si te mereces esta Soledad.
Madre antigua, devoción franciscana,
Decayendo a la par de la devoción soleana
Porque es sábado en que la Semana Santa acaba
Y no merece unirse al cortejo fúnebre que te arropaba.

Dime Madre si te mereces esta Soledad.
De noche vuelves a casa y no se puede volver atrás.
Pero no decaigas Madre, aunque te hayan arrancado a tu Hijo.
Porque ese Hijo tuyo mañana resucitará.
Y tus otros hijos, de júbilo cantarán.
Porque hasta las campanas repicarán,
Porque mañana Madre dejarás de ser Soledad.
* * *

“Labor oculta y sacrificada”

Pero para que Constantina pueda sumergirse en este sueño y convertirse en la Jerusalén que hace dos mil once años vio padecer a un hombre en el más brutal de los calvarios, se requiere el esfuerzo de muchas personas que abandonan todo para hacer vida en la Parroquia o en capillas allá entre el verdor de Santa Ana o en el gentío de Mesones, en un futuro no muy lejano. Muchas son las personas que han pasado por el mundo de las Hermandades y Cofradías, y todas han dejado su aportación y han escrito su propia historia.

Comenzando desde abajo, como una semilla que germina y florece, cultivada con mimo por su fiel hortelano en el huerto privado, emergiendo desde las sombras de las fachadas cálidas de los hogares pueblerinos. En pleno seno de la plebe hermana, heredando legados y sinfines de quehaceres. Jóvenes ingenuos que conforman uno a uno, la algazara de un Grupo Joven. Individuos anónimos que dan sus primeros pasos en el sentir de una Hermandad. Personas con fuerza e ilusión forman unión joven, fresca y revitalizante  en las Hermandades y Cofradías de nuestro pueblo.

Y es que el comienzo de un Joven Cofrade es algo maravilloso, indescriptible. De buenas a primeras sin saber el porqué, te encuentras sirviendo a los demás a través de la Hermandad a la que perteneces. Hay varios factores que repercuten en el ingreso de un nuevo hermano: devoción, servicio, caridad, amor al prójimo o capillita incansable son los adjetivos por los que una persona acaba en las entrañas de una Hermandad.

Y como ya sabéis hacia que parcela barro, me permitiréis el lujo de mostraros que tengo razón en mis palabras. Miembro a miembro de un espléndido Grupo Joven, de aquella Hermandad, de la Amargura, me parece que la llaman. Miembro a miembro han ido abriendo sus corazones hacia un terreno que para algunos era desconocido, y que para otros nos ha servido para reforzar nuestras creencias, nuestras pasiones y nuestros sueños e ilusiones. Todos hemos aprendido de todos. Todos éramos importantes y necesarios. Cada uno con su labor bien realizada, impulsados por la pasión que sentimos por Nuestros Sagrados Titulares.

Pero es que al igual que la Cuaresma está llegando a su fin, este grupo también está terminando. Concluye el capítulo que ha durado cuatro años y que empezó a escribirse en la frialdad de los salones parroquiales una noche de septiembre de dos mil siete.

En este tiempo han ocurrido experiencias de todo tipo. Momentos alegres, momentos algo crudos, de llanto, risas, de servicio, momentos de emoción, de pasión… Hechos, episodios acontecidos en cuatro años que habrán de pasar al recuerdo individualizado. He aquí el momento en el que el camino se bifurca, sin más indicación que la del sentimiento madurado. ¿Qué nos espera más allá del horizonte? Acompañada de la incertidumbre, las ganas por continuar luchando esperan impacientes nuestra llegada. Algunos, igual deciden tomar un descanso bajo la sombra reconfortante de los alcornocales para continuar un ratito más tarde cuando el cansancio se apacigüe. Otros, preferirán darse media vuelta, y hacer como si nada hubiese ocurrido. En cambio, otros continuarán por el sendero de la ilusión, subiendo la colina del éxito, alcanzando la Gloria con María y su Hijo, arropados por sus padres, hermanos, tío, abuelos, amigos o conocidos que, con más años a la espalda, y con la veteranía abanderada, culminarán con la educación iniciada.

Y en el tumulto de la sabiduría cofrade, se encuentra una persona, de la que me vais a permitir que hable, porque ¡qué poco sentido tendrían estas líneas sin su presencia¡ Persona que, verdaderamente, me inició en este mundillo. Persona culpable de que pertenezca a una Hermandad, culpable de que formara parte de un Grupo Joven, y culpable, en parte, de que hoy esté aquí.

Con el comienzo de una nueva década, comenzaba una nueva etapa de su vida. Dos nacimientos paralelos: El de un hijo y el de un mandato; De manera paralela nacían dos nuevas eras: Una que rompía la Soledad y libertad de un matrimonio joven; Otra, por la que comenzaba una esplendorosa etapa en una Hermandad. Rompió los cánones de hasta entonces impuestos por la rutina y la tradición junto con un grupo de hombres, mujeres y jóvenes que lucharon por innovar y destacar por la novedad, intentando siempre superarse a sí mismos y sin mirar para ningún lado, siempre de frente.

Con la humildad y la ilusión de la juventud cogió las riendas de la Hermandad de la Amargura y la de una familia a la que fue curtiendo de un sentir cofrade intenso y emocionante. Y es que personas con ese sentimiento y dedicación plena por una Hermandad hay pocas. Es decir Amargura y los ojos se le tiñen de rojo y se le empañan con una emoción que desea romper en disimuladas lágrimas a la más mínima. Y si ya se junta con su amigo de toda la vida, con su amigo del barrio, y miembro de la familia, podría decirse, con su amigo Manolo, es que ya hasta la voz le tiembla cuando empiezan a rememorar vivencias pasadas. ¿Verdad Manolo? Ay Manolo, que poco nos falta para empezar lo que tanto nos gusta. Hoy no estamos en una de las muchas tertulias en inviernos de la Guzmana. Pero ya mismo sí estaremos comentando y enumerando los rincones por donde hemos visto las cofradías sevillanas. Ya mismo estaremos con nuestro antifaz rojo y fundidos en un abrazo al finalizar nuestra sublime Estación de Penitencia. Pero eso será ya mismo. Hoy, en cambio, es tarde de recibimiento, de deseos cumplidos, de asomarse a la vuelta de la esquina y aspirar los primeros aromas a incienso mientras ves venir de frente un cuerpo humilde de nazarenos del recuerdo. Hoy no estamos en Sábados de Pasión en la sacristía comiendo roscos de Margarita y chocolate de María Dolores, ni en esos buenos  ratos en el Casino debatiendo sobre el devenir de la Hermandad, en los que, sin tú quererlo, junto con otras personas, entre ellas aquella de la que empecé a hablar, habéis madurado y hecho más intensa la devoción y vida cristiana, tanto a la mía como la de todos los hijos de vuestros amigos.

Aunque vuestra más bella labor es la que no se cuenta, y por ello, aquí tampoco aparecerá. Esa que solo será plenamente reconocida cuando el sacrificio se conmemore y salga de su letargo oculto de las entrañas de la ciudad, que un día os fue arrebatado de vuestras manos. Ojalá algún día pueda aflorar a la superficie tal y como se previera en aquella tarde cargada de ilusiones del verano del noventa y siete, ¡que bendito año el noventa y siete¡, en las que los sueños de Andrés Manuel Marín Sánchez, mi padre, y la de su Junta de Gobierno se hicieron realidad en una cofradía de ensueño y de recompensa.

Y es que no se merecen menos que un reconocimiento público, por todos sus logros, surgidos de la humildad y del esfuerzo y del trabajo bien hecho. Es por eso, y  por más cosas por la que no podías faltar en este pregón y por las que yo, personalmente hago pública mi felicitación y hago de mis palabras homenaje a ti, papá y utilizo tu persona como ejemplo de tantos otros miembros de Juntas de Gobiernos y hermanos arraigados a sus Hermandades que, en su clandestinidad y anonimato, se desviven y vuelcan su máxime esfuerzo por engrandecer la figura de Dios y su Madre en este pueblo. Va por vosotros cofrades de Constantina.
***

“Júbilo hacia el Calvario”

Tras el último día del letargo en que el Valle de la Osa se había sumergido, llegó la noche del contraste sevillano. Noche de Viernes Santo, noche de Madrugá. Noche de júbilo en la calle Pureza, en la que un caballo baila por bulerías en el arrabal de la Triana misma, mientras la capitana marinera prepara a la tripulación rumbo a Sevilla. Noche macarena bajos los restos del imperio amurallado de la ciudad hispalense, mientras se dicta sentencia al hijo de la Madre de Sevilla. Noche de Esperanza. Macarena y Triana hacia la Campana marchan, mientras que otra Esperanza en la lejanía se queda, en la lejanía de Santa Ana. Júbilo sevillano y silencio constantinense.

Doce de la noche. Las campanas de la torre parroquial cantan su primera saeta, y la veleta, que por suerte hoy no mira al Pedroso, nos guía hacia la sobria espadaña que sobre palmeras se encuentra erguida, allá donde se encuentra el dolorido Nazareno.

El Silencio lo llaman. Silencio el que impera por las calles de este pueblo a su paso, cautivando a todos los que en el camino del Calvario se encuentra. El Silencio habla más que todo el griterío cuando Nuestro Padre Jesús ya no puede más con la cruz de la ignominia.

Tan solo se oye el chisporroteo de cera ardida y agotada cuando el dintel de la Parroquia atraviesa, empezando su martirio por la calle de la amargura. Hombre que camina lentamente hacia la muerte que al final de calle el Peso asoma.

El Silencio del ruán pasa como la brisa del viento que busca compartir su clausura en la Iglesia de Santa Ana, a la par que zarandea de una forma medida y cuidada la túnica que absorbe cada gota de dolor que por su sien asoma.


El antiguo Nazareno recorre
Las calles de su imperial villa,
Nos muestra el sufrimiento
Pese a que en su cara no se ilumina.

Esos pies descalzos
Que andar apenas no pueden
Pero por Calle el Marques avanza
Y siempre sin detenerse.

Camina el Nazareno
Con su cruz pesada,
Su rostro moreno,
La mirada baja
Y su porte sereno.

Y a la alborada sale el sol, y con él se aleja el silencio de la noche y el gentío que le guardaba en plena madrugada. Pero, en cambio, es mañana donde la Esperanza se intensifica hecha pura algarabía.

Sin necesitar de gallo para negarte, se te abandona al alba temprana y solo te queda resignarte y salir en la soledad de la mañana de tu casita de Santa Ana, con la esperanza de que tu Madre siga a Simón de Cirene. Solo enfilas por calle el Peso cuando allá en la lejanía, en esa plaza que se ve a lo lejos, donde el sol brilla anhelando verte, parece haber alguien. Y entre ellos, allí me encuentro yo. Como un hijo tuyo más. En mi privilegiado sitio, acompañado por aquellos que más quiero, te veo venir dejando a tus espaldas la calle en la que solo queda las lágrimas de los cirios que anoche lloraron por no verte morir al alba del viernes.

Pasas ante mí, mirándome a los ojos. Parece que formo parte del misterio de tu agonía. Puedo vislumbrar una vista aérea del mar de claveles rojos que simulan las gotas de sangre derramadas por cada pecado de tus hijos. Túnica al viento llevas, andar perfecto, impoluto. ¡Qué solo vas Jesús entre tanta bulla¡ Te adueñas de Llano del Sol, de esa plaza que es protagonista en el encuentro de la Madre con el Hijo, donde se encuentra la vida que se aleja con la Esperanza de la Resurrección.

Y es la Esperanza de una Madre la que parece verse a lo lejos. Mientras el gentío te protege, secándote la sangre que derramas en tu martirio, una mujer, de disimulada sonrisa en su cara dibujada, acompañada de un joven y fiel discípulo corre en tu búsqueda. Brillando por el sol temprano y con un suave balanceo a sones de campanillas se acerca envuelta en lágrimas. San Juan confuso, sin saber qué decir, avanza junto a la Madre de Dios. El pueblo entero se estremece al verla llegar, entonando cánticos en lo más profundo de cada ser, como intento fallido para calmar su dolor en esa mañana en que todo vecino sale a la calle a ver la Esperanza hecha persona en una madre que busca desesperada a su hijo entre la serranía y las encinas de este valle perdido en el corazón de Sierra Morena en esta alegre mañana de Viernes Santo de primavera. Y…

Ya llegó el Viernes Santo de primavera
Y las golondrinas están aquí las primeras
Para ver esa manera santa
Con que Santa Ana te canta.

Brillando sales en ese día
Estrella esplendorosa
Con flores a cuantías
Y entre plata repujosa.

Todo tu paso te mece
Por la serrana villa
Tu verde manto florece,
Eres pura y sencilla.

Estrella de la mañana
Madre del Divino Nazareno,
Jazmín y rosa temprana
Cual flor que se desgrana.

La Esperanza muchas veces lloró,
Desolada allá en su Ermita
El pueblo entero la vio
Y San Juan certifica
Las lágrimas que derramó.

Bella es la aurora
En la alegre mañana
Igual que tu Señora
Aquella de nombre Santa Ana.

Tú de fragantes olores te engalanas
Para que entre tus ornamentos,
Virgen de la Esperanza
Salir a ver a los Hijos de tu pueblo.

Pero pronto a casa volverás
Para abandonar la Esperanza
Para soliviantar el dolor
Que solo pueden quitarte ese amargor
Unos aires de bonanzas,
Los que soplan sobre la Ermita de Esperanza,
Que tu jardín, ataviado de verde con moña de jazmín
Espera al verte al fin,
Para cantarte una nana
Y guardarte en su Ermita,
Catedral de Santa Ana.
***

 “Dolor omnipresente ante la cruz”
Pero María no podrá retirarse a la reflexión del Rebollar sin antes padecer el dolor de la pérdida de su Hijo. Dolor que, por lo que está escrito en el Evangelio según Constantina, habrá de padecer, cual puñales que desgarran el corazón, a la caída vespertina del viernes.

En la Tarde del Viernes Santo, la noche tiende su manto sobre la escena más importante de la historia. Junto a la cruz permanece fiel un grupo pequeño de amigos y hermanos, para acompañar a María, hecha Dolores, que se hace allí Corredentora con el Hijo.

Hijo muerto por pecados ajenos pero hechos propio. Eso es amor verdadero, personificado en cada uno de tus hermanos que te exornan y te cuidan. Hermandad de los Cantarranas, que abre con paso firme y sereno la jornada vespertina del viernes, en la que hasta los cirios se vuelven color tiniebla y con su luz dibujan la silueta de la agonía misma que se escapa de la carne del hombre.

Y es que el Cristo del Amor eternamente cargará con las infinitas miserias humanas.  Agoniza en la cruz, cruel patíbulo para una muerte infame. Sobre un madero hincado en un monte de claveles, símbolo de la profunda convicción en la fe verdadera e imperecedera. Y clavadas tus manos sobre un travesaño desde el que nos das un abrazo de perdón vas en Santa Cruz que redime y a cuya sombra ha vivido tu pueblo durante años. La misma cruz que portara Santa Ángela. Esa misma que algunos quieren anular porque su mensaje “molesta”. En estos tiempos de crecido laicismo y que tan de moda esta el ateísmo, llenos de cobardes que con buenas caras salen ante Ti pero después idolatran a otros que creen que les convienen. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Pero tu Madre resignada, ajena a las críticas y sumida en un intenso sufrimiento, acude a Ti, acompañándote en el Gólgota que asoma al final de la melancólica calleja “del Marqués”.

Virgen humilde que señorea con inmensa finura bajando la calle, en busca de abuela Santa Ana. Tal es su poderío que Rosario de la calle Feria sevillana, vino a ver lo que era portar una virgencita de la sierra, y aquí se quedó. Montesión se hace presente cada noche de Viernes Santo para atenuar el dolor, que ni sus mantillas pueden consolar, mientras que un Silencio atronador, emergente del corazón de San Antonio Abad, se presume entre su manto desde su divina Concepción.

Y cada tarde de paseo me postro ante Ti, viendo que eres virgen dolorosa con la que tus hijos se identifican. Toman tu dolor como espejo para mirar sus profundas penas. Tragedias personales que invaden el corazón del individuo. Padeces un dolor semejante a aquel que asomó, sin avisar, en el pasado diciembre cruel, convertido en llanto desconsolado del cielo cuando lágrimas cruzaron nuestro valle y algunas casas visitaron. Las robaron, desnudaron sus paredes de los bienes más preciados, esos que solo el esfuerzo y el paso del tiempo permiten tener. Sin más arropo que barro hasta las rodillas y empapadas sillas y enseres vino el dolor a posarse en llanto por impotentes y desahuciadas mejillas.
O como ese dolor, de familias desoladas al ver partir a su ser querido rumbo al inrretornable destino del viaje a ese cielo que deja tocarse más allá del Cerro Negrillo.
Dolor incesante de tripas y angustias hambrientas de anónimos vecinos que limosnean en el sigilo de las sombras para encontrar, sin preseas,  algo que llevar a la boca.
Cuánto dolor desconocido hay en tu pueblo. Devoción servita a la que lloran y a la que ruegan un simple cambio de vida. Imploran arropo y persistencia infinita con la que curar la herida. A ti, sabiendo que bien podían optar por otra elección, Te piden a un Cirene que le ayude a soportar sus propias cruces y amenizar el camino de ida y no busque la huída y dejarle en el abandono del sentimiento amargo sin más sofoco que intentar buscar tu inmenso amor en tu más callado dolor y contener la ira por tan cruel desdicha que a ciencia cierta sabes que solo tu aliviarías. Por eso, al llegar a Carnicerías haces ver que en tu llanto está la vida y con tus manos alivias el desconsuelo y el quebranto, Virgen María y de prudente dolor innato. 

***

v    ORACIÓN FINAL.
 “Tan solo queda el recuerdo”

Y el milagro se habrá producido. La borrasca de sentimientos  se irá disipando y nos mostrará el camino hacia el Edén, que aquí nosotros lo llamamos de otra manera, de una forma más nuestra: Robledo. Donde se encuentra expectante nuestra virginal soberana, donde comprueba ilusionada que su pueblo ha conseguido continuar con la tradición cofrade, impuestas desde el remoto dieciséis. Y su niñito en el regazo, acredita que la villa que se encuentra en las bajuras del valle, comienza a revivir la última escena. El otro ritual comienza, el de deshacer lo hecho, el de devolver a la completa normalidad lo que se desbordó en jubileo de palmas en aquella mañana lejana de domingo.

Una semana habrá pasado y los cuellos inflamados irán disminuyendo sus relieves sangrientos por los que escapaban oraciones entre trabajaderas. La cera se irá endureciendo en el frío suelo urbano, en los trajes nazarenos solo quedarán las eternas manchas imborrables y el color de la túnica se hará un poco más tenue porque otro año envejece. Los sonidos de las cornetas se los lleva el viento y solo resonarán levemente en nuestros recuerdos. Los gorriones vuelven a sus nidos de Llano del Sol porque los atronadores tambores que los asustaban ya se han marchado. La rampa plegada junto a la cabina de la Plaza será de los pocos reflejos que nos recordarán la evidencia de lo vivido.  Y las nuevas palmas engalanarán los balcones cristianos otro año más. Y los claveles del monte de los pasos de misterio se irán marchitando, mientras que las rosas y azahares son desmontados de sus jarras de paso de palio por aquellas devotas que desean tener a su Virgen un poquito más cerca de casa. El melódico tintineo de bambalinas solo resuena ya en nuestros oídos, un año es lo que habrá que esperar para volver a escucharlos. La madera de los zancos cruje mientras se enfría en la gélida y solitaria iglesia. Es quietud, silencio, ensimismamiento mudo. Asimismo, callarán los chismes que precisamente hay que contar en el justo momento en que una cofradía pasa ante nosotros. Y dejaremos de oír al gruñón de turno que se queja porque los traviesos acólitos le rocían de intensas humaredas de incienso. Y los camareros dejarán de pasar con suculentas comidas entre las filas de penitentes. O dejaremos de pasar, público incesante, por entre los tramos gritando o con una cervecita en la mano. Y terminaremos el coloquio continuo en el que nos sumergimos mientras el sacerdote pregona el encuentro. Y podrán levantarse de las terrazas aquellos que permanecían ausenten mientras Dios pasaba ante ellos. Un respeto señores, que sale Dios a la calle.  Los créditos finales de la película empiezan a emerger sin dar opción a rebobinar. El desenlace y la moraleja andan cerca, al igual que anda cerca el punto y final de mis sentimientos que empecé a hablar hace un buen rato y ya va siendo hora de que calle.

Pero no sin antes dar las gracias. Ya se sabe: es de bien nacido ser agradecido. Y no hay menos que pueda hacer por estos insolentes que se envalentonaron hace ya un tiempo en designarme esta ardua labor. Gracias pues a la Junta de Gobierno de mi Hermandad de la Amargura, por escuchar la voz de mi prima en nombre de aquel grupo de amigos y jóvenes que dan forma física a la Juventud Cofrade de susodicha Hermandad. Gracias a todos ellos porque pese a lo temeroso que se me antojaba todo esto, ha pasado a ser una de las mejores experiencias en mi vida. Gracias a aquellos viejos compañeros y amigos de la infancia, que en la lejanía incontrolable del paso del tiempo han estado apoyándome y dándome palabras de aliento y fuerza suficientes para abrazarme a esta capilla. Gracias, también, a mi familia y a los amigos de mi familia, pues sin su ambiente cofrade perpetuo no hubiese llegado a parar a este atril nuevamente. Sin todo eso, no estaría esta tarde aquí. Pero en fin, todo eso ya lo saben, no necesitan que hoy proclame mi eterno agradecimiento públicamente, porque cuando hay cariño entre las personas no hacen falta palabras para entenderse.
Y llegó tu hora prima. Realmente, me cuestionaba mencionarte porque qué decirte que ya no sepas, qué agradecer que no haya agradecido y cómo decírtelo.  Seré conciso en mi palabra a ti y puedes estar segura que el honor que tuve organizando tu Viernes de Dolores se aumenta con el honor de dejarme hacer por ti en esta tarde. Agradecer tu impulso en aquel día, el que no recuerdo, en que me empujaste por cansancio ya, hacia este atril. De pregonero a pregonera: Tengo tanta suerte por saber lo que sentiste hace tres años y compartir tu experiencia. Tú quédate con el solo de Reina de Triana que yo con el abrazo nazareno de noche de Ramos me quedo, ese mismo que en breves unirá a la familia en sentimiento pregonero.
Y a la par que agradezco pido disculpas. Disculpas para aquel al que haya decepcionado con mis palabras, disculpas a aquel al que haya ofendido sin tener la menor intención de hacerlo y disculpas por hacer que hayáis estado sentados una hora y cuarto aguantándome.

Lo siento, de veras, así que vayamos a ir poniendo ya  fin a la tarde de Viernes de Dolores. Por cierto, mamá, ¡Felicidades! Aunque todavía me quedarían tantas y tantas vivencias que contar que podría pasarme todo lo que queda de noche aquí hablando, pero el agua se me está acabando, igual vosotros ya estáis cansados, el incienso se está apagando y las hermanas pronto querrán cenar.

Así que, pese a que la tradición no nos espera en esta tarde de Viernes de Dolores, sí nos espera una intensa semana a la que tenemos que recibir descansados.

Terminaré con una oración en agradecimiento perpetuo hacia estos personajes que han hecho que me agarre a este atril de la capilla de las monjas, nuevamente. Por ellos, quiero rezarle una última salve a mi Siempre Niña dulce y de cara agraciada, a, como diría Botero: “la mocita de la calle Feria”. Por ello, Madre…

Dios te salve Amargura,
Para que en la tarde del Domingo de Ramos
Nos aguardes con tu bella dulzura
Que tallara Álvarez Duarte con sus manos.

Llena eres de Gracia
Que a tus hijos tienes ciegos
De ese amor inmenso
Que hacia Ti proclaman.

El Señor es Contigo,
El que va en una peña sentado
Con ese rostro cansado
para salvar del pecado
A su pueblo querido.

Y Bendita Tú eres,
Entre todas las mujeres.
Bella como ninguna
En la tarde celeste,
Con esa delicada finura
Con la que los costaleros te mecen.
Bajo palio y bambalinas
Rodeada entre varales
Te encuentras Virgen divina
Esas tardes primaverales.
Tarde que paseas por Constantina
Mostrándonos tantísima pena,
Que en tu cara se ilumina
Y de lágrimas vas plena.

Bendito es el Fruto
De tu Vientre Jesús,
Con esa Humildad serena
Que suprime todo luto
Y esa Paciencia señera
Aun recibiendo ese gran bulo.

Santa María, Madre de mi Amargura,
Coronada de rosas
Por ángeles que anuncian
Tu belleza esplendorosa.
Y que proclaman con voz gloriosa
Que eres Reina de la dulzura,
Eterna y siempre pura.

Ruega por nosotros, Madre de Dios,
Para que no caigamos en el olvido
Para que recordemos que todo un año esperas a tus hijos
En esa capilla doliente,
Que ya quisiera yo siempre ir a verte
Para poder contemplar
Esa belleza tan divina
Que aquí en Constantina,
Amargura la nombran,
Por no atreverse a decirte
Guapa en persona,
Por miedo a embriagarse
De tu mirada embaucadora,
Por miedo a coger un cirio
Y a tu pueblo seguirte
Y a caer en el delirio
De siempre querer mirarte.

Y ahora que  esto termina
Cuida de estos mis guías,
Los que me han acercado a Ti
Tú de bondad infinita.
Cuida de mis padres,
Mis principales centinelas,
Al igual que de mi abuelos
Esos de clandestina vela.
Cuida de aquellos,
Que el Cielo me acercaron,
Amargura lo nombraron
De Humildad lo coronaron,
Y como esclavo tuyo me formaron,
Por ellos y por tantos que aquí no aparecen,
Ruega ahora y en la hora de nuestra muerte.

Y a ti Cofrade que estás sentado
Coge un cirio y camina
Predica con el ejemplo
Y saca de tu corazón el sentimiento.

Constantina se hace Biblia
Y la Parroquia Evangelio
Hazte hermano nazareno
Y da vida a los sentimientos enfermos.

Semana Santa en Constantina,
Semana Santa que quita el sueño
Semana Santa completa y de poca envidia
Que suprime y alivia la herida
Que hunde y sumerge a los corazones en la misma vida.

Cofrade de Constantina,
Corre con el señor de los cielos
Que yo con el mío me quedo,
Cristo antiguo del aceite siempre eterno
Y la muchacha ataviada con velos
Que llora en su amargo desconsuelo.

Amargura la llaman,
Madre algunos la nombran,
Yo vecina y capitana
De mi vida regenta innata
Sorbo de agua dulce
Que endulza mi garganta
En este punto que todo acaba
Y para otros la vida se para
Porque es Semana Santa
Y Constantina se prepara
La Amargura se engalana
Se señorea y se viste de gala
Y entre naranjos avanza
Mi virgen con sus almas
La de sus hijos hechos palomas
Que en su techo la respalda
Hechos ángeles de la guarda.

Qué imagen más bonita,
Que ilusión más grata,
Te cojo como broche
De la tarde mariana
Dolorosa de Constantina
Y de tus monjitas, su patrona
Que aunque te fueras hace años
Continuarás siendo su matrona,
Que en sus paredes aun se guarda
Tu embriagante fragancia.

Y termino con mis rezos hechos canto
Mi oración elevo
Y con un grito sincero
Entono mis últimos versos
Con el corazón en la mano
Y el timbre sereno
Proclamo a los cuatro vientos
Y mi devoción desvelo
Diciendo con mis hermanos
Dos frases que resumen tu encanto.

¡Tú, Amargura Divina¡
¡Tú, Virgen Bendita¡

HE DICHO